Abrir un Hoyo en el Ego: Reflexiones sobre el Vacío en la Vida Moderna
Por: Andrés Flórez
¿Qué significa realmente hacer
vacío en la vida actual? Thomas Moore, en su obra Cuidado del alma II (2002),
nos invita a un ejercicio aparentemente sencillo, pero profundamente
disruptivo: "resistirnos a aferrarnos a nuestras creencias y puntos de vista". En
un mundo donde nuestros pensamientos y emociones parecen definirnos y ser la base de nuestra identidad, esta idea
resulta casi escandalosa. ¿Podemos renunciar a la certeza de nuestras creencias
y abrirnos al misterio de la vida, confesando nuestra ignorancia? ¿Es posible
liberarnos del personaje que representamos, ese que asegura saber quién es y
qué es el universo?
Moore plantea una dicotomía central en la vida moderna: por un lado, la tecnología y la ciencia abordan la vida como un problema a resolver; por otro, la religión busca una relación de contemplación y dignidad hacia la existencia. Aunque coincido con su visión de la tecnología, difiero en su interpretación de la religión. A lo largo de la historia, la religión ha estado entrelazada con la política, promoviendo la idea de un ser humano imperfecto, marcado por el pecado, que debe ser "reparado" mediante el cumplimiento de mandamientos y la aceptación de dogmas para aspirar a la salvación. Sin embargo, consideró que Moore se refiere más a la espiritualidad vivida en la experiencia, no necesariamente al dogmatismo religioso.
La espiritualidad, a diferencia de la religión institucionalizada, busca el vacío, la experiencia del desierto interno, la práctica de la hesiquía, la "noche oscura del alma" de San Juan de la Cruz, o como diría Teresa de Ávila, "vivir sin vivir en si, sentir morir por no poder morir". Estas experiencias apuntan a una rendición ante la vida y una actitud de arrojo para ser guiados por ella. Pero seamos honestos ¿Cómo podemos rasgar el velo de la ilusión que nos hace creer que tenemos control sobre nuestras vidas?
Hoy, la ciencia y la tecnología
buscan analizar lo inefable. Conectan a monjes, yoguis y meditadores a máquinas para
medir las ondas cerebrales antes y después de la meditación o la oración. Sin embargo,
aquellos que llevan una vida espiritual no buscan esta validación externa. No
necesitan evidencias científicas de su experiencia. Su mayor anhelo es ser guiados por
algo más grande, un misterio invisible a los sentidos, que se experimenta en el
silencio y la contemplación.
En su libro, Moore comparte una reveladora
anécdota sobre una visita al Panteón de Roma. Allí, debajo de la cúpula, sintió
que el agujero en el techo que dejaba entrever el cielo simbolizaba el espacio
que debemos abrir dentro de nosotros mismos. ¿Podríamos necesitar, como él
sugiere, un agujero en la cabeza, un espacio en nuestras mentes que nos permita
liberarnos de pensamientos rígidos, creencias fijas y absolutismos? ¿Podríamos
aprender a mirar el mundo sin la carga de certezas?
Este agujero en la cúpula también nos remite a la fontanela, esa zona de partes blandas que luce como un espacio abierto en la cabeza de todo recién nacido. Múltiples tradiciones ancestrales han atribuido a la fontanela, palabra cuya etimología proviene del francés "fontanele" que significa manantial o fuente pequeña y del latín fontanella: "ventana pequeña", un simbolismo profundo: la conexión con una fuerza espiritual superior.
En la tradición india, esta zona de la cabeza se asocia con el sahasrara, el séptimo chakra (de los mil pétalos), que nos conecta con lo divino. Este Yoga (Yuj= poner yugo, unión) es posible gracias a la ascensión de la energía kundalini, que reposa en el hueso sacro, desbloquea este chakra al superar las ataduras de la mente y los sentidos, alcanzando la iluminación como la apertura de un canal hacia lo supremo, donde nuestras certezas se disuelven.
Siguiendo estas imágenes, abrir un hoyo en el ego significa restablecer nuestra fontanela, abrirnos a la experiencia de vivir bajo la presencia de algo más grande, reconociendo que, más allá de lo que creemos saber, hay un misterio que nos ha sostenido y lo sigue haciendo desde siempre, dicho misterio solo se revela a los que se hacen pequeños en humildad e ignorancia.
Edith Stein, la filósofa y santa mística alemana, describe esta experiencia como "ser conducidos por la
gracia". Para Stein, la experiencia de lo divino es un don y siguiendo la enseñanza de Santa Teresa de
Ávila en su obra sobre Las Moradas del Alma, señala un camino de autoconocimiento que implica
aceptar que el conocimiento profundo no está en nuestras manos, sino que se
revela a través del abandono de nuestras pretensiones de certeza.
Esta forma de ir hacia dentro, de
hacernos vacío, no tiene nada que ver con el nihilismo o la apatía. Es una
actitud sofisticada que requiere práctica, una disposición constante a desapegarse
de lo conocido. Moore subraya que "lo esencial no es lo que sabemos, sino lo que
ignoramos". Nicolás de Cusa lo llamó "docta ignorancia": un estado de
renuncia interior, de desprendimiento de las seguridades que hemos acumulado.
Mantenerse en esta ignorancia serena es un arte en sí mismo, una habilidad para
mantenerse abierto a lo desconocido.
Este vacío interior, esta
apertura, permite un espacio para la reflexión genuina, para cuestionar
nuestra identidad y expectativas de lo que significa ser algo más o alcanzar un estado
ideal de felicidad. En lugar de buscar ser alguien, estar en un lugar
específico, o estar con una persona para ser felices, el vacío nos invita a
reconocer la ignorancia sobre lo que realmente somos y lo que verdaderamente
queremos. ¿Podemos aceptar que no controlamos nuestras vidas como pensamos y
que, en ese reconocimiento, hay una profunda libertad?
Los planteamientos de Moore nos recuerda que la persona
espiritual no busca certezas; su fe lo lleva a buscar en el vacío espiritual una forma de vida, una
manera de rendirse ante lo inexplicable y permitir que la vida misma le guíe.
De esta manera, vivir con un agujero en el ego se transforma en una apertura
constante al misterio y a las revelaciones que la vida nos ofrece,
manteniéndonos despiertos y receptivos.
Esta forma de renunciar a luchar contra la incertidumbre, nos enseña a abrazarla, a convivir con la idea de que siempre habrá algo más allá de nuestro entendimiento. Es un acto de rendición y humildad, pero también de valentía al aceptar que la verdadera sabiduría no siempre se encuentra en lo que comprendemos, sino en lo que dejamos de intentar controlar.
Así, nos queda la pregunta: ¿Estamos dispuestos a abrir ese espacio en nuestras vidas, a permitir que la incertidumbre nos guíe, y a descubrir lo que el vacío puede revelar de nosotros mismos? Tal vez, en esa disposición, podamos encontrar la verdadera realización personal y la expresión más pura de nuestro ser.
Moore, T. (2002). Cuidado del alma II: La vida en
plenitud y la relación con la espiritualidad. Ediciones B.
San Juan de la Cruz. (1991). Noche oscura del alma.
Editorial EDAF.
Stein, E. (2018). Las moradas del alma: Comentarios a
Santa Teresa de Ávila. Ediciones Rialp.
Cusa, N. (2010). La docta ignorancia. Ediciones Aguilar.
Saraswati, S. (2014). La kundalini: Energía espiritual de
la India. Editorial Kier.
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