El Misterio de los Encuentros
Por: Andrés Flórez
Coincidir es un milagro que rara vez percibimos. Nos movemos por el mundo, creyendo que los encuentros con los demás son casuales, insignificantes, parte de la rutina diaria. Pero, si detenemos el tiempo por un momento y observamos, entenderíamos que coincidir es todo menos trivial. La posibilidad de no habernos cruzado con esa persona que ahora significa tanto para nosotros era infinitamente mayor que el hecho de habernos encontrado. Es asombroso pensar en las innumerables variables que debieron alinearse: el lugar, el tiempo, las decisiones pequeñas e insignificantes que, al final, nos llevaron a un mismo punto.
Si la vida fuera una ecuación, estaríamos ante una fórmula con millones de incógnitas, donde cualquier mínimo cambio nos hubiera desviado de ese instante en el que nuestras vidas se tocaron por primera vez. Y, aun más inquietante, que tras el paso de los años, después de recorridos diferentes, volvamos a coincidir es como desafiar las leyes de la probabilidad, es casi un acto de rebelión contra el caos.
Las filosofías antiguas nos enseñan que todo está conectado, que no somos entes separados flotando en el vacío, sino parte de un todo. Coincidir no es solo estar con otro; es reconocer en el otro una parte de nosotros mismos, una sombra, un reflejo que nos devuelve algo que habíamos olvidado o que necesitábamos recordar. No es azar, es una suerte cósmica, es la manifestación de una verdad más profunda: todos somos uno, y en ese encuentro, nos reencontramos con nosotros mismos.



Comentarios