El amor que tememos perder ya hemos empezado a alejarlo

 Por: Andrés Flórez



No sé si el amor puede ser completamente libre, pues siempre nos acecha el miedo a perderlo o a perder algo en él, y ese temor nos encierra. Nos enseñaron que amar es aferrarse, como si la intensidad se midiera en la angustia de imaginar un adiós. Nos hicieron creer que la felicidad del amor se confirma con la amenaza de su ausencia, que quien no teme perder, no ama de verdad. Pero, ¿es amor aquello que tiembla ante la posibilidad de un final? ¿No es, acaso, el miedo a la pérdida una forma de anticipar la despedida?

El amor que teme, vigila. Se convierte en posesión, contrato y urgencia de permanencia. No se entrega, sino que exige garantías. Y en su intento de retener, asfixia, como quien apaga el fuego al negarle oxígeno o detiene el agua que solo encuentra sentido en su fluir.

En cambio, el amor que se sabe efímero es ligero. Reconoce la impermanencia de todo y no fantasea con aferrarse a la vida y a las cosas a través de un apego a otra persona disfrazado de amor. Por eso no controla, no encarcela, no suplica. Camina a nuestro lado sin exigirle al tiempo un pacto de eternidad. Es compañía, no dominio y siempre deja espacio para un adiós, porque todos tenemos el derecho de seguir nuestro propio camino, incluso cuando nuestros destinos ya no coinciden.

Quizá la verdadera pregunta no sea si es posible amar sin miedo a perder—ya sea el tiempo, la energía, el sacrificio o el cariño entregado—sino si el amor sobrevive cuando es el miedo quien lo dirige. ¿Estamos realmente amando, o solo aferrándonos a la seguridad de no perder nada? Y cuando decimos amar ¿Amamos a un otro, o solo amamos la certeza de que es nuestro?

 

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